Skip to main content
Opinió

El amor romántico y la urgencia del cambio

By 13 febrero 2018No Comments

Los humanos somos seres sociales. Necesitamos de las relaciones entre nosotros para sobrevivir como especie. Y más allá de eso, para sobrevivir al duro día a día. El problema de las relaciones humanas es, precisamente, su complejidad. Y esto entra en contradicción con lo malos que somos, por lo general, para definir conceptos abstractos dados en dichas relaciones.

amor romantico

Entonces, cuando no sabemos cómo definir algo, los humanos hacemos esta cosa extraña que es crear cajas con diferentes nombres para poder decidir en qué caja vamos a colocar aquello que no podemos definir. O lo que es lo mismo: etiquetamos las cosas. El amor no queda fuera de este proceso mental ya que el amor se basa justamente en las relaciones entre nosotros.

Amor de madre, amor de hermanos, amor de pareja, amor de verano, amor a primera vista, relación amorosa, lo quiero como a un amigo, amor tóxico… son algunas de las etiquetas que figuran en estas cajas que, al final, sólo sirven para ordenar en la simplicidad de nuestra mente lo que ha querido decir ese ‘te quiero’.

Si algo tiene de novedosa la nueva ola feminista quizá sea el otorgarle al machismo el adjetivo ‘estructural’. Así pues, el nuevo feminismo se propone atacar las bases culturales que han hecho posibles las raíces tan profundas del machismo. El amor, ese concepto tan abstracto, no podía quedar fuera ya que tras esta palabra se fomentan las agresiones más graves contra las mujeres.

Pero el problema no puede ser el amor. El amor es demasiado importante en nuestra sociedad. El amor tanto puede sentirse por un hermano como por una mascota. No se puede atacar al amor. Así que se ha inventado un nuevo concepto, una nueva etiqueta: el amor romántico. Entonces, al igual que ocurre con muchas otras cosas, de amor también hay tipos o al menos así hemos querido establecerlo, de momento.

Simplificando, el amor romántico es la etiqueta que se le ha puesto a un tipo de amor que se considera malo. Malo porque te deconstruye como persona individual para pasar a construir un algo del que las dos personas formarán parte. Esto, mientras la nueva construcción sigue en pie no parece un problema, puede que lo sea o puede que no lo sea. El problema viene cuando esa nueva construcción se rompe y no queda casi nada de la construcción antigua.

amor sin etiquetas

El amor excluyente, posesivo, aquél que te despoja de tu personalidad, de tu círculo social. El amor celoso, porque si no se pone celoso igual no te quiere lo suficiente. El amor como pilar en la vida ya que sin él estamos solos. El amor heterosexual, el amor monógamo. El amor que todo lo puede y todo lo supera. El amor de un caballero que te protege y te trae flores.

El amor por el que renuncias incluso a tu trabajo o tu carrera. El amor como concepto de que los seres humanos estamos incompletos y necesitamos de alguien al lado que jamás podrá ser un familiar o un simple amigo, deberá ser algo más. El amor que te destruye cuando no lo tienes porque eres menos, porque nadie te quiere. El amor que espera porque en algún momento cambiará. El amor que mata.

Pero los celos, la posesión, el control, el sufrimiento, el sacrificio, la renuncia, la falta de libertad no pueden definir el amor. Ya que el amor es lo que nos relaciona con otros seres humanos y son estas relaciones la base de nuestra supervivencia. El amor, pues, es un sentimiento más de nuestro día a día sólo que el machismo estructural le ha dado una definición convenientemente equivocada.

Y así, generación tras generación hemos reproducido y transmitido este concepto de amor como si del amor verdadero se tratara y ahora ya no sabemos amar bien. Porque las etiquetas y la mente humana también tienen esto, la contraposición. Si existe la paz es porque ha existido la guerra. Si existe el amor malo es porque más allá del machismo y su estructura el amor es algo, en esencia, bueno.

El amor bueno, aunque lo entendemos como concepto contrapuesto, está por determinar. Pero debe ser aquél en el que funcionemos tanto individualmente como conjuntamente, aquél que sea combinable con todos los amores que un ser humano es capaz de mantener en su vida. Un amor hablado, pausado, comprensivo, equitativo, correspondido.

Un amor que no enaltezca una persona por encima de otra, porque no lleve tu sangre, porque no sea virgen o viuda o haya tenido ya muchos novios. Un amor que no distinga entre géneros, razas o religiones. Un amor sano, que no perjudique, que no discrimine, que no ataque. Un amor que de libertades de ser como uno realmente sea.

A la estructura se la vence con educación. A la estructura se la vence generación tras generación. Sobra decir, pues, que si empezáramos hoy a educar a nuestros hijos e hijas (y a nuestros abuelos y abuelas ¿porqué no?) a amar bien tardaríamos décadas en deconstruir el amor romántico para convertirlo, simplemente, en amor. De ahí la urgencia del cambio.

 

Irene Andrés Mena